Capitulo 1
IRINA YESDENEV
El dato le llegó casualmente. Una
banda especializada en robo y tráfico de armas y que operaba en lo que había
sido la antigua Unión Soviética, había caído en la capital de Ucrania, Kiev. El
lugar de detención era casual, venían huyendo del tan temido por todos los
mafiosos del este europeo, Servicio Federal de Seguridad (FSB), sucesor del
famoso KGB. La banda, no había cometido ningún delito en suelo ucraniano y la
detención se había producido gracias a los informes rusos que la tenían
perfectamente localizada. En esa situación y lo normal tras el acceso al poder
en 2010 del mucho más pro-ruso Víctor Yanukovich era una rápida entrega a la
policía rusa con la cual siempre había colaborado la ucraniana, exceptuando,
eso si, el periodo que va de la Revolución Naranja que llevó al poder a los
prooccidentales de Víctor Yushchenco en 2004, hasta la caída de la presidenta
anterior Julia Timoshenko en 2010. El protocolo de actuación en estos casos
permitía a los servicios de seguridad ucranianos la realización de un interrogatorio
rutinario con el fin de comprobar si podían aportar algún dato de interés para
la propia policía ucraniana
La encargada de realizarlo fue la
oficial Irina Yesdenev, acompañada del agente Oleg. Irina estaba asignada al
Departamento de Delitos Económicos, Sección de Evasión de Capitales. Su jefa
Ivana Álvarez le pidió el favor. Ivana tenía apellido español, era nieta de uno
de los niños de la zona republicana enviados durante la Guerra Civil Española
como refugiados a la antigua URSS. Era
urgente y no había nadie en Delincuencia Organizada para encargarse de un
interrogatorio que al fin y al cabo era solo un trámite interno previo a dar el
consentimiento para el traslado a Rusia. El Jefe de la Policía de Kiev le pidió
el favor a Ivana que a su vez se lo pidió a Irina. No le importó, ya había
estado en situaciones parecidas. Interrogar a delincuentes de la mafia era
mucho más entretenido que hacerlo con los habituales nuevos ricos, egoístas y
carentes de sentido patriótico en un momento de crisis nacional y mundial que
trataban de mandar sus fortunas al exterior para evadir los impuestos que les
reclamaba su país.
Oleg, era compañero de Irina y
representaba la figura paterna y protectora que hacía demasiados años perdió.
No era su verdadero nombre, era el mote que recibía en el cuerpo, desconocía
por qué pero si sabía que era una de las mejores personas que conocía. Era
mayor, cerca de los sesenta, soñaba con una merecida jubilación. Le retiraron
de la calle hace tres años por un oscuro incidente, nunca aclarado, en el que
había aparecido un conocido maltratador
muerto, con el cuello roto, tirado en un oscuro callejón. El agente Oleg había
tenido que acudir un par de veces a la casa del fallecido donde los golpes y
los gritos de la esposa eran el pan de cada día. Nadie sabe qué pasó,
posiblemente a Oleg se le colmó el vaso de la paciencia con ese animal y
decidió resolver el problema por la vía rápida. Nadie pareció echar de menos al
muerto ni interesarse por la causa de su fallecimiento. El silencio y el tiempo
hicieron olvidar el caso, pero los mandos, temerosos de que a Oleg le diera por
repetir la azaña decidieron asignarlo a oficinas conservando la categoría, por
supuesto. Allí, a la espera de su retiro realizaba las funciones de un
conserje.
Tenía el aspecto de una autentica
bestia, medía cerca de los dos metros de altura, su cara reflejaba una
brutalidad de la que carecía. Era una persona
llena de bondad. Lo que más miedo daba de él no era su enorme corpulencia
sino sus inmensas manos. Eran enormes y provistas de gruesos dedos. Daban la
sensación de ser capaces por si mismas de causar mucho daño. Sin embargo a
Irina nunca le causó temor alguno. Supo percibir su excelente fondo. A pesar de
su bondad sabía ser duro cuando era necesario en su trabajo pero era incapaz de
causar daño por placer. Irina y Oleg siempre se protegían el uno al otro en la
medida de lo posible. Él siempre la acompañaba a los interrogatorios y a la
menor insolencia del delincuente dejaba caer una suave bofetada de lado a lado
de la cara que facilitaba enormemente el trabajo de su compañera que jamás le
increpó por ello.
Entraron en la sala. Sentado con las
manos esposadas esperaba Igor Kenichec, de origen georgiano, como muchos de los
delincuentes en el Este. Según su ficha y propia declaración inicial venía
huido de España, llevaba refugiado en ese país como muchos otros de los
miembros de las diferentes mafias rusas desde hacía casi cinco años. Residía en
Barcelona, algo atípico ya que la mayor parte de sus iguales lo hacían en
Málaga o Alicante. Él eligió Barcelona para poner suficiente distancia con las
otras bandas, para sentirse más seguro. Sobrevivió milagrosamente a un ataque
con lanzagranadas a la casa, cercana a Moscú, en la que residía. Se suponía que
debía estar dentro, pero inesperadamente salió para acudir a una inesperada
cita con el jefe de una banda amiga. A raíz de ello muchos pensaron que había
caído en desgracia frente al poderoso Servicio Federal de Seguridad (FSB) ruso.
Eso en la práctica era como caerle mal al jefe. Si de repente se dejaba de ser
su protegido, normalmente porque otro ocupaba el cargo, se acababa
desapareciendo, primero en el plano de los negocios, nadie te llamaba ni te
cogía el teléfono, nadie quería hacer tratos contigo, y al cabo de unos meses y
casi siempre en oscuras circunstancias eras físicamente eliminado. Igor
Kenichec comprendió que su eliminación estaba muy próxima y busco refugio en el
mismo lugar donde otros en su misma situación lo habían hecho: España. Sin
embargo, a los tres años, el largo brazo de los servicios de inteligencia rusos
en España, muy activos en la última década, le asestó un nuevo golpe: facilitó
a la policía española los datos necesarios para la realización de una redada
entre los grandes capos residentes en España, todos ellos caídos en desgracia,
por supuesto. Fueron detenidas las tres figuras principales de la mafia rusa
que vivían en nuestro país. Igor, el cuarto as de la baraja se guardaba una
baza secreta: a su llegada a España, había corrompido a un cargo de nivel medio
de la policía española en Barcelona. El dinero gastado le permitió allanar los
obstáculos que pudieran surgir para que él y sus personas de confianza,
conocidas en la mafia con el nombre de sargentos. Así pudieron hacerse con
identidades y documentación falsas con las que desarrollar sus actividades e
invertir el dinero ganado en Rusia a través de su propio tejido empresarial. Al
cabo de dos años ese cargo de nivel intermedio, gracias a sus influencias con
varios importantes políticos de la ciudad condal fue elegido para la
Subcomisaria de la Policía en Barcelona. Gracias a él y a sus contactos
políticos gozó de abundantes posibilidades
para hacer negocios con la élite económica catalana. De todas maneras,
el servicio más grande que el mucho dinero gastado en ese subcomisario le
prestó, fue la información de que en horas iba a ser detenido en el marco de
una gran redada contra la mafia rusa en España, solo posible gracias a los
datos que la inteligencia rusa había facilitado a la policía española. Él
escapó gracias al aviso in extremis de su contacto
Aguantó escondido en casa de unos
socios en Alemania y en Suiza. Pero aquella vida no era para él, y ya que a
España no podía volver, al menos de momento, decidió volver a Rusia usando una
de sus identidades españolas falsas, pero vía Ucrania para hacerlo más
discretamente. Los servicios secretos rusos decidieron no arriesgarse más,
conocían a la perfección los pasos Kenichec. Nada en la mafia rusa se les
escapa . La inteligencia rusa juega un papel de tutor sobre quien puede y quien
no desarrollar su actividad delictiva en el país. Desde hace unos cinco años
también han comenzado a actuar así en el exterior. No directamente sino
proporcionando información a las respectivas policías de esos países para la
detención y encarcelamiento de los considerados por ellos más independientes a
sus exigencias o los tenidos por más peligrosos.
Otra vía, más utilizada en Rusia que
en el extranjero, es la de dar un chivatazo a un clan rival para que acabe con
la vida de su competidor. Esta última fue la causa por la que Igor Kenichec se
retiró a España y por este motivo, por nada del mundo estaba dispuesto a caer
en las manos de la policía rusa. Si los otros clanes se enteraban de que había
sido detenido junto con sus principales sargentos dejaría de ser “un ladrón de
ley” (vor v zakonen) que es como se
llaman entre sí los verdaderos miembros de lo que los demás conocen como mafia
rusa. Se convertiría en un simple delincuente perseguido por el Gobierno y con
los días contados. Sería la decadencia de su organización tanto en España,
donde en pocos años había montado un entramado que contaba con dos sociedades de blanqueo de
dinero, varios restaurantes, participaciones en una conocida y rentable cadena
de gimnasios, terrenos en el Levante español
y dos grandes discotecas en la mejor zona de Barcelona. De momento su
tejido empresarial seguía intacto bajo la dirección de su esposa, que había
quedado ahora al mando de todo lo que tenían en España. En Rusia y Georgia su tejido
empresarial era aún más amplio y poderoso aunque parecía claro que con el
Gobierno en contra todo allí caería en manos de su rival Zhakar Kalasenko.
-- Quiero un trato. —Le dijo Kenichec
a Irina antes siquiera de haberse saludado formalmente.
¡Vaya una sorpresa!, entraron esperándose
encontrar a un curtido hombre de acción de los bajos fondos y lo que se
encuentran es a un hombre elegantemente vestido, lleno de ansiedad y que
directamente le ofrece un trato al que por otra parte no puede acceder, al estar
la policía rusa a un paso de hacerse cargo de él.
Oleg e Irina se miraron parecía que
su presencia intimidatoria en el interrogatorio no iba a hacer falta. Más de
una vez un buen bofetón dado en el momento oportuno le dejaba claro al
interrogado cuál era su situación. Tenían convenida una señal, si ella daba una
palmada en la mesa Oleg le cruzaba la cara al interrogado, si lo que daba era
un puñetazo Oleg debía levantarlo del suelo y apretar sólo lo suficiente para
obtener la información deseada. El segundo recurso únicamente lo habían tenido
que utilizar con un par de tipos duros de verdad, al resto, con un par de
bofetadas se les aclaraban las ideas inmediatamente. Con el tipo que tenía
delante no se engañaba, no constaba que en Ucrania hubiera cometido delito
alguno, sin embargo si los rusos ponían tanto interés en su detención era
porque con sus “actividades” le habían tocado las pelotas a alguien demasiado
poderoso. Bastaba mirarle a la cara para darse cuenta de que la persona que
tenía delante a pesar de su nerviosismo era realmente peligrosa. Sí,
definitivamente sería mejor que Oleg se quedara en la sala por si acaso, le
miró a los ojos y asintió, era la señal de “te quedas”, lo entendió
perfectamente.
-- Señor Kenichec – contestó
Irina—¡buenas noches!, soy la teniente que le va a interrogar—nunca se
molestaba en identificarse con gente vinculada a la mafia, tenían la mala
costumbre de ser rencorosos—. Estoy aquí para hacerle solo unas preguntas de
rutina, debe de saber que ha sido usted detenido a instancia de la Policía de
Rusia y que nuestro protocolo de actuación nos obliga a interrogarle sobre unos
determinados asuntos.
Igor Kenichec se reía de una forma
cínica, a Oleg ya se le veían las ganas de borrarle la sonrisa de la cara, pero
no había recibido la orden y era un policía obediente.
--¿No me diga señorita?—Kenichec
demostraba una educación exquisita—Se perfectamente quien me reclama y porqué y
es por eso por lo que …
Palmada en la mesa, bofetón de Oleg.
Kenichec, no se lo esperaba, estaba esposado pero nada le impedía saltar contra
ellos, Oleg debía estar pensando en esa prometedora posibilidad por que
sonreía. El detenido no lo hizo se controló.
--Verá usted señor Kenichec, disculpe
a mi compañero, pero aquí, en Ucrania, consideramos de mala educación que un
detenido interrumpa a un policía cuando está siendo interrogado, así que por
favor limítese a responder con sinceridad a todo lo que se le pregunte y así le
entregaremos a los rusos “enterito”, aunque tengo la impresión de que si lo encuentran
un poco, digamos que “abollado”, no les importaría demasiado.
Su objetivo inicial era cumplir el
trámite del interrogatorio y redactar un rutinario informe sobre el tema, pero
su instinto le advertía de que podría sacar provecho de la persona que tenía
delante. Decidió arriesgarse y aparentar desinterés por lo que Kenichec pudiera
decir.
Irina rubia, pálida y fría como la
nieve tenía cinismo y falta de escrúpulos suficientes para tratar con
cualquiera y no tenía reparos en dejar claro desde el primer momento quien era
dueña de la situación y quién no. No disfrutaba usando la violencia para
obtener la información que necesitaba, pero si a sus treinta años había
aprendido algo era que en la sociedad en la que vivimos la violencia a veces es necesaria para evitar que otras
personas, peligrosas de verdad hagan uso de ella contra inocentes indefensos.
Ese convencimiento fue una de las causas que la llevaron a hacerse policía, era
mejor estar al lado de la ley, del poder que tiene la fuerza que en contra.
—Sabemos que el nombre que nos ha
dado es falso. Es obvio que no es usted español. Ya hemos sido informados por
nuestros compañeros rusos de quién es exactamente y a que se dedica. —Era
cierto, la información de la que disponían era exacta y detallada, le llevó más
de cuarenta minutos hacer una lectura completa del informe que las autoridades
rusas les habían enviado. --Así que ahórreme tiempo y si tiene algo que
decirme, ¡hágalo ya!.
Sabe perfectamente que tenemos las
manos atadas, ha sido detenido usted a petición de la Policía de Rusia. Ucrania
no tiene nada contra usted, aparte claro está, del hecho de haber entrado con
identidad falsa en el país. Por desgracia para usted por ese delito, y en
función del convenio que recientemente los ministerios de interior ruso y
ucraniano han firmado, no podemos retenerle, ya que los delitos de los que se
le acusa en Rusia implican penas asociadas a condenas mucho más largas.
Kenichec era listo, le dolía la cara
más por el orgullo herido que por el bofetón en si mismo. Sabía que la oficial
tenía razón, su entrega a los rusos era cuestión de tiempo. Ya habían intentado
dejarle fuera de combate en otras ocasiones, siempre había escapado y
recomenzado en otro lugar.
La huida a España le dio tres
preciosos años que ya eran historia. Allí lo dejó todo a cargo de su esposa y,
por lo que sabía, la estructura de la banda allí aún seguía intacta, incluso, a
instancias de sus contactos, había invertido en una productora de cine
pornográfico, género al que era especialmente aficionado. Eso solo era la punta
del iceberg si se le sumaba sus propiedades e inversiones en su país natal,
Georgia y en Rusia. Sin embargo una vez en manos de los rusos sabía que el
control de todo eso pasaría a manos de Zhakar Kalasenko. Era su antiguo amigo y
actual rival. Fue el causante del ataque con lanzagranadas a su domicilio y el
que le había sustituido en su puesto de preferido por el poder. Lo tenía
asumido, lo que de verdad le preocupaba es que un año después la organización
de Zhakar desembarcó en España e hizo lo típico que hacen todos los capos rusos
al asentarse allí: crear una empresa de inversión para lavar su dinero. Se
sospechaba entre los diferentes capos que lo que de verdad hacía la
organización de Kalasenko era comprar terrenos en la costa española que a través de ficticias
operaciones de compra-venta pasaban a ser propiedad de poderosos miembros del
Estado y del Ejército ruso. Una manera legal de pagar por los privilegios
otorgados. Igor sabía por un infiltrado en la organización de Zhakar que
planeaba quedarse también con la estructura que ahora su esposa Elena dirigía
en España.
Lo único útil que podía hacer era
complicarle la vida todo lo que pudiera a su rival. Sabía que ahora mismo en
Rusia era intocable, sin embargo en España y en Ucrania no. Zhakar era
ucraniano de nacimiento su madre era ucraniana y su padre un marino ruso
destinado en la flota del gran puerto militar de Sebastopol. Tras la
independencia, huérfano de padre ya, su madre decidió, al igual que casi dos
millones de personas en Ucrania, irse a vivir a Rusia, donde como viuda de un
oficial ruso tendrían al menos asegurada una modesta pensión vitalicia. Zhakar
nunca olvidó a su familia ucraniana, y ya siendo adulto en cuanto comenzó a ser
alguien en el mundo de la delincuencia primero en Moscú y luego en el resto de
Rusia invirtió sus ganancias en Ucrania, utilizando a sus familiares como
gestores de confianza de la red que poco a poco creó. El país en los años noventa pasó por una
crisis económica muy aguda por lo que compraba siempre a la baja, gracias a eso
se había hecho dueño de dos de las empresas de fabricación más importantes del
país, una de camiones y la otra de producción de aluminio. Tras la Revolución
Naranja la corrupción no cesó y siguió invirtiendo su dinero en los sectores
productivos más rentables del país, que muy atrasado en infraestructuras, se
planteaba ahora la construcción de miles de kilómetros de autovías. Sin embargo
la poderosa empresa de Zhakar, con el apoyo ruso, se quedó con la mejor parte del
pastel. Pero eso iba a cambiar, Igor estaba dispuesto a golpear a Zhakar
Kalasenko donde más le doliera, así tal vez le distraería de la estructura que
su amada e inteligente Elena dirigía en solitario en España.
Estaba dispuesto a hacer todo el daño
posible.
-- De acuerdo oficial—dijo tocándose
la mejilla abofeteada—si me da una hora y me deja tranquilo con unos folios y
un bolígrafo prometo darle una información que le valdrá como mínimo la
felicitación de sus superiores o ¿quién sabe?, tal vez un ascenso. —dijo de
nuevo con esa sonrisa cínica.
Irina aparte de tiempo, no tenía nada
que perder, le dejó una buena cantidad de papel, un bolígrafo y una hora. Miró
su reloj las 19:30, era tarde pero la espera valía la pena, -- A las 20:30
vuelvo, --dijo mirando tanto a Oleg como a Kenichec.
Volvió a su despacho, a su trabajo
normal, no esperaba que se dijera nada especial en esos folios pero no tenía
nada que perder, nadie la esperaba en casa, a esa hora era la única que quedaba
trabajando en la oficina, una hora más o menos no cambiaría nada.
Desde la agresión no había sido capaz
de mantener una relación que mereciera ese nombre con nadie. Habían pasado ya
ocho años pero la herida seguía abierta. Además era hija única y sus padres
habían muerto cuando ella tenía veinte años en un accidente provocado por un
camionero borracho. El alcohol unido al tabaquismo era un grave problema en
Ucrania, eran los causantes en los últimos diez años de más muertos que
cualquier otra enfermedad, especialmente entre los hombres en edad de trabajar.
El trabajo mantenía lejos a los
muchos fantasmas que acosaban a Irina. Absorta en su labor se pasó diez minutos
de la hora establecida. Se levantó sin grandes esperanzas, aunque con
curiosidad, por leer que era exactamente lo que Igor Kenichec quería contarles.
Cuando entró en la sala ya no
escribía, estaba en silencio, esperando relajado, se diría que por su expresión
se le veía feliz, como si se hubiera quitado un peso de encima. Tomó los
folios, cuatro o cinco y se los entregó.
-- Oficial-- Igor no sabía el nombre
de la mujer a la que entregaba esa información.--le hago entrega de una
relación completa de las empresas propiedad del conocido mafioso Zhakar
Kalasenko en Ucrania y España, así como una relación completa de testaferros y
de los principales sargentos que trabajaban para él en ambos países.
Irina no podía creer lo que estaba
sucediendo. Al lado de cada nombre de persona o empresa en un renglón o en
varios se resumía la función de cada una dentro de la organización. Quedaba
claro que Igor era un tipo muy organizado. En el caso de los sargentos se
especificaba su nivel, antigüedad y delitos cometidos en suelo ucraniano o
español. En suelo español donde la orden para todos los integrantes de las
mafias del este era el pasar inadvertidos, los delitos exceptuando algún ajuste
de cuentas con miembros de mafias rivales eran escasos y de carácter económico
o comercial. España era un enorme y tranquilo lavadero de dinero y así debía
continuar.
La información era muy importante pero
demasiado amplia para procesarla por sí misma. Le agradeció a Igor Kenichec la
detallada relación que le había entregado y le advirtió que era posible que
antes de su entrega al día siguiente a los rusos, sus superiores quisieran
ampliar determinados aspectos de lo aportado.
-- No se molesten, todo lo que sé y
lo que quiero contar está ahí. No tengo ninguna intención de ampliar ni una
sola letra de lo ya escrito. – Y mirando a Oleg—Su amigo me resulta simpático,
y está claro que puede resultar muy convincente, pero en este caso le aseguro
que no lo sería.
De momento con lo que ya tenía era
más que suficiente para toda la noche. Al día siguiente a primera hora los
rusos pasarían a por él. Irina decidió darse por satisfecha de momento
--Ya veremos señor Kenichec, en
cualquier caso quiero que tenga usted en la “madre patria” --dijo refiriéndose
falsamente a Rusia-- la acogida que sin duda, por sus méritos, se merece.
-- Me decepciona usted, no pensaba
que fuera tan desagradecida, pero en fin—dijo con su habitual cinismo-- ¿Qué se
puede esperar del ser humano?
Al final hizo sonreír a Irina, le
gustaban las personas inteligentes y Igor Kenichec, independientemente de los
delitos cometidos, lo era. Con amabilidad le contestó.
-- Felices sueños, señor Kenichec.
--Gracias señorita, igualmente.
Parecía que la simpatía era mutua.
Ella le agradeció a Oleg su labor con
una sonrisa y tocándole levemente el brazo, entre ellos no hacían falta
palabras. Se lanzó al teléfono de su despacho, su jefa debía de estar a punto de llegar a su casa,
lástima, debería volverse.
Ivana le cogió el teléfono casi al
primer toque. Irina le contó lo sucedido, y le describió la relación de cuatro
folios con la estructura completa de la organización de Zhakar Kalasenko en Ucrania y España, su jefa contestó
gritando llena de alegría.
-- ¡Será bastardo, maldito cabrón!,
voy para allá ahora mismo, ¡no se te ocurra contarle esto a nadie!. Vamos a
caer sobre ellos con toda la fuerza posible! .
Ucrania era un país de gente fría,
como su clima en general, la gente miraba asombrada a su superior cuando
reaccionaba de esa forma, estaba claro, aunque a Irina ya no le sorprendía, que
a veces, por su apasionada manera de reaccionar Ivana tenía ascendientes
mediterráneos.
Irina estaba contenta por la posibilidad
de un nuevo ascenso si las cosas salían bien y nadie se iba de la lengua. Las
filtraciones a la mafia de las operaciones policiales emprendidas en su contra
estaban a la orden del día no solo en Rusia, donde las relaciones entre el
gobierno y el ejército con la mafia eran evidentes sino también Ucrania, que
tras la dura crisis de los noventa comenzaba ahora a resultar un lugar
atractivo como campo de expansión para los diferentes clanes rusos.
Decidió adelantarse a la llegada de
su jefa y comenzar a hojear la relación de Igor Kenichec. Era un documento
dividido en dos cada parte estaba escrita en ruso y o en español dependiendo
del país tratado. Le sorprendió que tras tres años de estancia en Barcelona ya
fuera capaz de escribir en ese idioma, se saltó las partes escritas en
castellano, ya se encargaría Ivana, por su origen no le supondría ningún
esfuerzo, sabía que leía en ese idioma y que mantenía el contacto con su
familia española que visitaba casi todos los veranos. Lo importante era la
parte que describía con sumo detalle a esa organización en Ucrania, por lo
tanto se limitó a hojear los nombres de los folios que hablaban de la
organización de Zhakar Kalasenko en
España. Había bastantes datos, no los entendía no sabía español, pero si podía
leer perfectamente los nombres, ya que casi todos eran rusos, georgianos, etc.
Acabó con el primer folio, nada especial, de repente algo le hizo volver a
mirar con atención un párrafo a la mitad más o menos de la hoja. Se hacía una
relación de lo que parecían ser sargentos de segundo nivel en la zona en torno
a Valencia y Alicante, un nombre acaparó toda su atención, Víctor Malesev
No se lo podía creer pero era cierto
habían pasado ocho años sin ningún rastro de él. Fue una de las causas por las
que ingresó en la policía, después de aquella agresión, se prometió a si misma
que le mataría haciéndole pasar el mismo pánico que a ella le llevo a orinarse
encima, y ahora por una casualidad de la vida ¡lo había encontrado!.
Estaba dentro del edificio de la
comisaría, pero sentía el frió de la nieve resbalando sobre su cara.
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